Descolonización de la paz

No existe ningún evento formativo que haya conducido a escribir este libro. Más bien, es la recolección aleatoria de muchas experiencias de campo y de clase que me han llevado a cuestionar los fundamentos de los Estudios de Paz y Confl icto tal y como los conozco. Con el transcurrir del tiempo, el p...

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Autores:
Fontan, Victoria
Tipo de recurso:
Tesis
Fecha de publicación:
2013
Institución:
Pontificia Universidad Javeriana Cali
Repositorio:
Vitela
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:vitela.javerianacali.edu.co:11522/1770
Acceso en línea:
https://vitela.javerianacali.edu.co/handle/11522/1770
Palabra clave:
Solución de conflictos
Cultura de paz
Crímenes de guerra
Rights
openAccess
License
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Buscaré deconstruir la “paz” tal y como afi rmamos llevarla a cabo y plantearé hechos cruciales, no sólo sobre la efi ciencia de nuestro trabajo, sino también sobre la estructura de nuestro propio sistema, en un intento por identifi car cómo y por qué continúa fallándole a las poblaciones que con frecuencia decimos estar protegiendo, ayudando o asistiendo. ¿A quiénes estamos protegiendo cuando fomentamos el resurgimiento de la trata de personas en situaciones de postconfl icto? ¿A quiénes estamos ayudando cuando enviamos a nuestros profesionales más inexpertos a las regiones más difíciles del mundo? ¿A quiénes asistimos cuando una fracción de todo el dinero que enviamos es lo que realmente llega al terreno? El primer ejemplo que siempre utilizo para despertar la conciencia de los estudiantes en los retos que actualmente enfrentan los estudios de paz y confl icto es mi experiencia de postconfl icto en Bosnia-Herzegovina, en 2001. Acababa de cumplir 25 años cuando la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) me nombró Funcionario para la Democratización y Jefa Interina de la Ofi cina de Campo. En aquel momento, era candidata al título de doctora por la Universidad de Limerick, Irlanda, y necesitaba los fondos para continuar con mis estudios. Me postulé en línea para el equipo de democratización de la OSCE y, poco después, se me hizo una entrevista telefónica. Hubo dos factores importantes para contratarme: mi experiencia interactuando con organizaciones de la sociedad civil y mi deseo de ser desplegada en un corto plazo en entornos difíciles. Como me moría de ganas por adquirir experiencia en aquello a lo que me refería como “en el terreno”, de inmediato tomé la oportunidad de ser desplegada en un entorno que pensé, fi nalmente, haría de mí una constructora de paz y el cual me daría las credenciales en el terreno necesarias para ser considerada una académica exitosa en estudios de paz y confl icto. En cuanto llegué a Sarajevo se me informó que sería desplegada en Drvar, un pequeño pueblo al noroeste de Bosnia, lleno de problemas que nuestra ofi cina debía resolver como parte del conjunto de organizaciones internacionales presentes en el área. Se me aclaró que Dvar no era la primera opción como asignación, de hecho, parecía que nadie quería estar desplegado allá. Drvar era considerado un ambiente sumamente difícil para trabajar. La mayoría de su población era hostil ante cualquier presencia internacional y se habían resistido a las iniciativas de construcción de paz en diversas ocasiones, desde el Acuerdo de Paz de Dayton, en 1995. Se mantuvieron altas las tensiones entre las diferentes partes, no habiendo avances económicos ni políticos. Por último, pero de mucha importancia para algunos, se me dijo que Drvar estaba lejos del mar, de Sarajevo, o de cualquier ambiente “civilizado”. Como se esperaba que los trabajadores constructores de paz pudieran ir durante el fi n de semana a un bien merecido “descanso y relajación”, los colegas en Sarajevo bromeaban y me decían que parecía que sería desplegada a “la cloaca de Bosnia”. Nada de esto me importaba, consideraba esta misión como la plataforma de lanzamiento de mi carrera. Sin embargo, había un inconveniente inesperado para mi despliegue, el cual me generó desvelos durante muchas noches: no sabía lo que quería decir OSCE con “democratización” ¿Qué se esperaba de mí como un funcionario democratizador? Dado que la mayoría de las dictaduras en el mundo se refi eren a sí mismas como democracias, tenía claro que el término era esquivo como muchos de sus avatares. Cuando hice la pregunta obvia a mis reclutadores en Sarajevo me dijeron que debía entrar en la página web de la misión para estudiar mi mandato y sus pilares. Se me aseguró que mi experimentado colega democratizador, de 28 años de edad, en la vecina ciudad de Livno me prepararía al llegar a mi área de responsabilidad. El ser “experimentado” en ese contexto en particular signifi caba tener un pasaporte alemán y dos años de experiencia previa como funcionario democratizador. Como mi experimentada colega estaba de descanso y relajándose de su difícil vida como constructora de paz, su asistente, una mujer local, de 50 años de edad, llamada Ankica, me dio la bienvenida al pueblo. Ella había pasado toda su vida en Livno y conocía el sistema por dentro y por fuera. Todos en el pueblo la respetaban y me mostró lo que se suponía serían mis deberes. Mientras jadeaba ante la inmensidad de mi mandato, así como ante los escasos recursos que se me darían para honrarlo, me di cuenta que se esperaría que yo preparara a políticos de cincuenta y sesenta años de edad en materia de democratización, inspirara a jóvenes actores a quienes nunca se les daría una fracción de las muchas oportunidades que la vida me había dado a mí y “empoderara” a mujeres cuyas vidas diarias desconocía o no entendía nada al respecto. Se esperaba que yo capacitara a aquellas personas en “democratización” sólo porque resultaba que tenía un pasaporte francés. Puesto que todavía estaba convencida que mi país era un baluarte de derechos humanos y democracia, me sentía lista para enfrentar el reto. Aún me daba cuenta de que había una tasa de cambio, una diferencia categórica entre el personal internacional, pagado por el infortunio de vivir en “el monte” alejado de la “civilización” y los locales, la columna vertebral de nuestras actividad diaria, a quienes se les pagaba una fracción de nuestros salarios. Sólo porque había nacido en el lado correcto de la barda, se esperaba que yo trajera soluciones para las vidas de comunidades que habían experimentado una violencia increíblemente traumática y trascendental. Si se suponía que representaba algún tipo de esperanza, la “comunidad internacional” les estaba jugando una broma cruel. Dado que mi única experiencia era en el mundo académico abstracto, me puse a dilucidar la situación que había heredado tan pronto llegué a Drvar. En un documento titulado “Multi-track diplomacy in Bosnia-Herzegovina: postconfl ict rehabilitation in Drvar”, apliqué mi preparación académica para identifi car en mi área grupos vulnerables en riesgo, así como las consiguientes prioridades para la rehabilitación postconfl icto sostenible.1 Cuando equiparo este análisis con mi mandato, me doy cuenta de que el presupuesto que tenía para atender estas prioridades era escasamente sufi ciente para decorar las mesas del taller de trabajo con bellas plantas y fl ores plásticas. ¿Dónde estaba la desconexión? ¿Por qué se consideraba que Drvar era un “ambiente de postconfl icto”, cuando todo lo que podía ver en el terreno era la gestación de otro confl icto? Puede que Drvar haya sido considerada la “cloaca de Bosnia”, para algunos, pero también resultaba ser la situación política más compleja de toda la misión: un verdadero microcosmo de los estudios de paz y confl icto. Era originalmente un pueblo serbio que había sido limpiado étnicamente de la mayoría de su población serbia, en septiembre de 1995. En anticipación del Acuerdo Marco General para la Paz de Bosnia, comúnmente conocido como el Acuerdo de Dayton, el cual iba a ser negociado por todas las partes del confl icto, en diciembre de 1995; el liderazgo croata se había apurado en alterar el maquillaje étnico de este pueblo estratégico. Dado que se había establecido que Bosnia-Herzegovina sería dividida y que Drvar caería dentro de la competencia de la Federación Bosnia-Croata albergando a una mayoría étnica de musulmanes bosnios y croatas, la limpieza étnica de último minuto en Drvar era, sin embargo, un esfuerzo bien orquestado. Como el liderazgo local croata estaba dirigido por Drago Tokmadjia, buscó ganar tanto territorio como fuera posible, todos los negocios estratégicos y las instituciones públicas en la ciudad fueron anexadas por su élite croata.2 Las casas fueron vaciadas de sus habitantes serbios y repobladas por croatas, quienes habían sido desplazados internacionalmente de otras partes de Bosnia-Herzegovina.
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En este libro, cuestionaré los supuestos preestablecidos que existen en los estudios de paz y confl icto y adelantaré la alternativa epistemológica que se refi ere a iniciativas no convencionales para la paz existentes en diversas partes del mundo. Buscaré deconstruir la “paz” tal y como afi rmamos llevarla a cabo y plantearé hechos cruciales, no sólo sobre la efi ciencia de nuestro trabajo, sino también sobre la estructura de nuestro propio sistema, en un intento por identifi car cómo y por qué continúa fallándole a las poblaciones que con frecuencia decimos estar protegiendo, ayudando o asistiendo. ¿A quiénes estamos protegiendo cuando fomentamos el resurgimiento de la trata de personas en situaciones de postconfl icto? ¿A quiénes estamos ayudando cuando enviamos a nuestros profesionales más inexpertos a las regiones más difíciles del mundo? ¿A quiénes asistimos cuando una fracción de todo el dinero que enviamos es lo que realmente llega al terreno? El primer ejemplo que siempre utilizo para despertar la conciencia de los estudiantes en los retos que actualmente enfrentan los estudios de paz y confl icto es mi experiencia de postconfl icto en Bosnia-Herzegovina, en 2001. Acababa de cumplir 25 años cuando la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) me nombró Funcionario para la Democratización y Jefa Interina de la Ofi cina de Campo. En aquel momento, era candidata al título de doctora por la Universidad de Limerick, Irlanda, y necesitaba los fondos para continuar con mis estudios. Me postulé en línea para el equipo de democratización de la OSCE y, poco después, se me hizo una entrevista telefónica. Hubo dos factores importantes para contratarme: mi experiencia interactuando con organizaciones de la sociedad civil y mi deseo de ser desplegada en un corto plazo en entornos difíciles. Como me moría de ganas por adquirir experiencia en aquello a lo que me refería como “en el terreno”, de inmediato tomé la oportunidad de ser desplegada en un entorno que pensé, fi nalmente, haría de mí una constructora de paz y el cual me daría las credenciales en el terreno necesarias para ser considerada una académica exitosa en estudios de paz y confl icto. En cuanto llegué a Sarajevo se me informó que sería desplegada en Drvar, un pequeño pueblo al noroeste de Bosnia, lleno de problemas que nuestra ofi cina debía resolver como parte del conjunto de organizaciones internacionales presentes en el área. Se me aclaró que Dvar no era la primera opción como asignación, de hecho, parecía que nadie quería estar desplegado allá. Drvar era considerado un ambiente sumamente difícil para trabajar. La mayoría de su población era hostil ante cualquier presencia internacional y se habían resistido a las iniciativas de construcción de paz en diversas ocasiones, desde el Acuerdo de Paz de Dayton, en 1995. Se mantuvieron altas las tensiones entre las diferentes partes, no habiendo avances económicos ni políticos. Por último, pero de mucha importancia para algunos, se me dijo que Drvar estaba lejos del mar, de Sarajevo, o de cualquier ambiente “civilizado”. Como se esperaba que los trabajadores constructores de paz pudieran ir durante el fi n de semana a un bien merecido “descanso y relajación”, los colegas en Sarajevo bromeaban y me decían que parecía que sería desplegada a “la cloaca de Bosnia”. Nada de esto me importaba, consideraba esta misión como la plataforma de lanzamiento de mi carrera. Sin embargo, había un inconveniente inesperado para mi despliegue, el cual me generó desvelos durante muchas noches: no sabía lo que quería decir OSCE con “democratización” ¿Qué se esperaba de mí como un funcionario democratizador? Dado que la mayoría de las dictaduras en el mundo se refi eren a sí mismas como democracias, tenía claro que el término era esquivo como muchos de sus avatares. Cuando hice la pregunta obvia a mis reclutadores en Sarajevo me dijeron que debía entrar en la página web de la misión para estudiar mi mandato y sus pilares. Se me aseguró que mi experimentado colega democratizador, de 28 años de edad, en la vecina ciudad de Livno me prepararía al llegar a mi área de responsabilidad. El ser “experimentado” en ese contexto en particular signifi caba tener un pasaporte alemán y dos años de experiencia previa como funcionario democratizador. 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