Erasmo

Han sostenido muchos que fue Desiderio Erasmo de Rotterdam el mayor de los humanistas del Renacimiento y el que ha pasado a la posteridad como príncipe de todos los ingenios de su tiempo por su pura latinidad, por su misión docente en las universidades y cenáculos literarios, por su brillante juicio...

Full description

Autores:
Motta Salas, Julián
Tipo de recurso:
Article of journal
Fecha de publicación:
1959
Institución:
Universidad Nacional de Colombia
Repositorio:
Universidad Nacional de Colombia
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repositorio.unal.edu.co:unal/63369
Acceso en línea:
https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/63369
http://bdigital.unal.edu.co/63673/
Palabra clave:
15 Psicología / Psychology
17 Ética (Filosofía, moral) / Ethics
18 Filosofía antígua, medieval, oriental / Historical, geographic, persons treatment of philosophy
23 Cristianismo Teología cristiana / Christianity
3 Ciencias sociales / Social sciences
92 Biografía, genealogía, insignias / Biography and genealogy
Humanista
Renacimiento
Epístolas de San Jerónimo
Biografía
Teología
Rights
openAccess
License
Atribución-NoComercial 4.0 Internacional
Description
Summary:Han sostenido muchos que fue Desiderio Erasmo de Rotterdam el mayor de los humanistas del Renacimiento y el que ha pasado a la posteridad como príncipe de todos los ingenios de su tiempo por su pura latinidad, por su misión docente en las universidades y cenáculos literarios, por su brillante juicio crítico, por su sentido estético, por sus obras de exegesis * bíblica, por sus comentarios al Nuevo Testamento y a las Epístolas de San Jerónimo, por sus ediciones de clásicos griegos y latinos, por su influencia moderadora sobre las pasiones desatadas de la época, por su tolerancia, por haber permanecido inconmovible como una roca entre las olas de la contradicción y los furores del fanatismo, y por su adhesión a la Sede Romana, a pesar de las solicitaciones de Lutero y de otros empecinados seguidores de la Reforma protestante del tipo de Reuehlin, de Melanchton, de Hutten o de Zwinglio. Aunque eso dijeron varones eminentes en letras y doctrina yo no puedo compartir todas sus opiniones, por más que pueda parecer osadía el poner en duda tantas cosas, como será, por ejemplo, la referente a la pretendida ortodoxia erasmista que quieren reconocerle algunos que tal vez no han mirado de cerca lo que fue aquel iniciador de la Reforma luterana que no solamente denigró en su Moria la vida moral e intelectual de los conventos a los que debió el origen de su cultura, sino que con sus tesis dogmáticas en materia religiosa y de costumbres fue casi tan lejos como Lutero, sin tener en cuenta la pura lumbre del ideal religioso que algunos y aun muchos, por cierto, de los más eminentes echaron por los suelos. En ese punto, que trataré capítulos adelante, seguiré las opiniones de hombres doctísimos que se batieron triunfalmente con el mismo Erasmo en su tiempo. Así que no se me llamará arrogante por acompañar a ilustres ingenios, pues como dijo uno de ellos: “Ouod autew pertinet ad meam in eo genere facuJtatem, dicam aíiquod timide, ac pedetentim, nihil tam metuens, quam arrogantiae reprehensionem, a quo me vitio cum in omni vita, tum in iis, quae scribo, profiteor abesse quam Iongissime” . Digo esto porque no han logrado turbar mi criterio, aunque pobre y modestísimo, algunos libros que han afirmado la ortodoxia del precursor del protestantismo, ni los esfuerzos del príncipe de los humanistas y críticos españoles del siglo pasado, Menéndez y Pelayo, para tratar de conciliar el pensamiento de Erasmo con el dogma católico, pues me baso en autores de la mayor autoridad teológica para afirmar que algunas tesis religiosas de Erasmo se apartaron en muchos puntos de la verdad, no estuvieron conformes con ella y hasta se hallan condenadas por la Iglesia, según pueden verse en el Enchiridion Svmbo- Iorum. Merecen, cierto, respeto y admiración los defensores de Erasmo; pero para mí no es siempre el criterio de autoridad o aquello del magíster clixit la mejor ruta del espíritu, ora porque estoy acostumbrado a pensar a la luz de la modesta lamparilla de mis lucubraciones intelectuales, ora porque, siguiendo a Horacio, no soy adicto a jurar sobre a fe de ningún maestro: NuUius addictus jurare in verba magistri.