Consideraciones sobre la crisis del estado – ciudad: libertad política y libertad individual en el Siglo IV a. Ch.

I. Introducción. Bosquejar, siquiera sea brevemente, no ya un mero acontecimiento histórico sino todo un proceso, supone una visión del conjunto que sólo se logra mediante la lenta y gradual decantación de ideas, el examen minucioso de fuentes y bibliografía, la revisión constante de las propias con...

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Autores:
Colmenares, Germán P.
Tipo de recurso:
Article of journal
Fecha de publicación:
1957
Institución:
Universidad Nacional de Colombia
Repositorio:
Universidad Nacional de Colombia
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repositorio.unal.edu.co:unal/63198
Acceso en línea:
https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/63198
http://bdigital.unal.edu.co/63394/
Palabra clave:
01 Bibliografía / Bibliographies
1 Filosofía y psicología / Philosophy and psychology
3 Ciencias sociales / Social sciences
32 Ciencia política / Political science
Crisis del estado
Libertad política
Libertad individual
Ciudad-Estado
Extensión territorial
Rights
openAccess
License
Atribución-NoComercial 4.0 Internacional
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description I. Introducción. Bosquejar, siquiera sea brevemente, no ya un mero acontecimiento histórico sino todo un proceso, supone una visión del conjunto que sólo se logra mediante la lenta y gradual decantación de ideas, el examen minucioso de fuentes y bibliografía, la revisión constante de las propias convicciones y, lo que es más importante, la plena identificación con el problema sometido a nuestra curiosidad. Vano intento sería tratar de descifrar la trascendencia de una cpoca, o la significación de un hecho tan sólo, sin procurar fundirnos —por la intuición o por la razón— con lo entrañable que encierran. Por otra parte, carentes de la erudición y la paciencia que exige el buen logro de toda investigación, puede servir de excusa a la ausencia del inevitable aparato científico en el presente trabajo la circunstancia de que nuestro entusiasmo nos empujara a emprenderlo. Y no se nos oculta que pueda parecer ingenuo el procurar una interpretación —privativa de especialistas— con el solo auxilio de un criterio poco objetivo. Pero esta consideración no detiene nuestro primer impulso, porque juzgamos que no nos está vedado penetrar un poco a saco en los terrenos de la investigación cuando no pretendemos otra cosa que la exaltación de ciertos valores, prescindiendo de un determinismo fatal que quisiera aclarar de golpe y de una manera uniforme todas las circunstancias que puedan presentarse dentro del tema propuesto. Reconocemos su complejidad y, por ello mismo, dejamos de lado toda concepción unilateral y simplista. No queremos en modo alguno prejuzgar los hechos y las teorías del mundo antiguo, pero tampoco podemos evitar las analogías que podrían ocurrírsenos con respecto al mundo moderno. Hemos escogido un momento culminante en la historia del pueblo griego, porque es precisamente en él cuando más vigorosamente se relievan primitivos valores al contrastar con otros nuevos que, paradójicamente, significan el instrumento demoledor de la civilización que los engendró y auspician una nueva, antagónica de la primera por su universalidad, pero en el fondo idéntica por el substrato cultural: tal nos parece el sentido del Helenismo. Y al hablar de crisis de valores de la ciudad-Estado, queremos referirnos concretamente a la desaparición paulatina de la suprema objetividad —la primitiva forma del Estado— y el auge creciente del individualismo. Con ello podemos darnos cuenta de la magnífica floración griega que presenciara el siglo iv a. Ch. El hombre helenico se descubre a sí mismo primeramente —como observa el profesor español Montero Díaz— a través de su fe religiosa x, que le aporta “la convicción íntima en la pervivencia del yo, la inmortalidad del alma, la responsabilidad de las acciones” 2. Si comprendemos la significación de la polis como fin último para los friegos de la época clásica, nos será fácilmente accesible el sentido e estas palabras. Es lo que el mismo Montero Díaz denomina el ideal transpersonalista del Estado, y Hegcl Espíritu objetivo; en otros términos, la omnipotencia del Estado frente al individuo que no tiene conciencia de si mismo. En palabras textuales de Hegel, “el sujeto no tiene aún la libre idealidad del pensamiento, la infinita subjetividad; ésta implica la determinación de la conciencia moral, que todavía no tiene puesto aquí. No existe aquí todavía lo que justifica por sí al hombre; no ha tenido lugar la ruptura por la cual la individualidad autónoma, independiente, trata de determinar por medio del pensamiento lo ético y lo justo, y no reconoce lo que no se justifica ante su propio examen. La voluntad particular todavía no es libre, precisamente por esto; la particularidad de la opinión no puede todavía prevalecer y las pasiones no se inmiscuyen en la marcha del Estado’’ s. Sin embargo, todos estos elementos negativos que, durante tres siglos, han contribuido a la grandeza de la polis, desaparecerán sin dejar rastro al advenimiento de una nueva conciencia política que se anuncia con la primera liberación —la religiosa— y cuya formación se debe exclusivamente al movimiento sofístico del siglo v y a la libertad moral preconizada por Sócrates. No es otra cosa el proceso de lo que se ha llamado “crisis de la ciudad-Estado”, aunque el rastreo de este proceso a través de la historia de Grecia no sea tan sencillo como su definición. Tropezamos primeramente con el problema insoluble de localizar exactamente los gérmenes de la decadencia, y seguir, paso a paso, la génesis de los nuevos valores, aunque las más de las veces éstos se identifican con aquéllos. Porque lo que para una sociedad más amplia pudo servir de base, para la restringida ciudad-Estado significó la ruina. Queremos decir con esto que el individualismo político, la nueva conciencia, no se amoldaba a la configuración de la polis. Pero cuando uno de estos valores no contribuye a precipitar la decadencia, surge con mayor fuerza la dificultad que anotábamos. Porque ambos fenómenos (creación de valores, ruina de los antiguos) no se suceden en el tiempo, sino que existen paralelos uno al otro e insensiblemente van acercándose al vértice fatal de su trayectoria: el derrumbamiento de una civilización *. Es entonces cuando la crítica puede desentrañar la trascendencia de todos los hechos que precedieron a la crisis, dando a cada uno un valor aproximativo. De la exactitud que se logre en esta valoración depende el rigor científico de la investigación. II. La Sofítica. 1. El racionalismo.-— 2. La religión.— 3. Ley de la naturaleza y ley del Estado. — 4. “La fuerza es la ley suprema” (Tesis de Calicles).— 5. Cosmopolitismo y plebeyismo. — 6. Conclusión. 1. Desde un punto de vista rigurosamente histórico resultaría muy aventurado enjuiciar negativamente la labor política de los sofistas. Si bien es cierto que muy pocas cosas valederas encontramos en su doctrina, ellos representan el punto de partida para una revaloración del hombre 26. Si éste no es precisamente Ja medida de todas las cosas, la crítica que envuelve tal aseveración —a manera de un reto lanzado a los dioses— nos revela claramente la actitud de estos “maestros de la sabiduría” frente a las cosas y a sí mismos. 2. “En la época clásica —dice Festugiére—, el hecho religioso aparece primero como un hecho social y propiamente como un hecho cívico. Religión y ciudad se hallan inseparablemente ligadas. Ambas están en el fundamento mismo de la ciudad. Genos, fratría, tribu, se definen esencialmente por cultos comunes: antepasados comunes, héroes epónimos, Zeus y Apolo Patróos” 34. Si consideramos el profundo descrédito en que la religión y los dioses habían caído en el siglo iv, y nos remontamos al siglo anterior (podríamos aún ir más lejos) para buscar las causas de este fenómeno, fácil nos será comprender el papel que desempeñara el sofista en el desconocimiento de los valores suprasensibles por esta sociedad decadente. 3. Si concebimos un Estado de Derecho íntegramente basado en principios convencionales (a los cuales dieran forma Clístenes y Solón en la ley objetiva), sin la posibilidad de que admita la flexibilidad tan necesaria a las exigencias de nuevas condiciones sociales, tendremos el bosquejo aproximado de lo que constituía los cimientos inmutables de la polis. Isócrates advierte que la constitución es el alma de un Estado, y que los atenienses fueron incapaces de conservar su hegemonía sobre Grecia debido a la carencia de una constitución apta. “Pues el alma de la ciudad no es otra que la constitución (politeia), que tiene el mismo poder que el pensamiento en el cuerpo: él es el que delibera sobre todo, el que procura los éxitos y ayuda a evitar las desgracias; es ella la que debe servir de modelo a las leyes, a los oradores y a los simples particulares, y necesariamente se logran diversos resultados según la constitución que se posea” (Areop., 14). III. Sócrates: hacia la búsqueda de la conciencia moral . 1. Sócrates como culminación de la sofística. — 2. La continuidad de los primitivos valores en Sócrates. — 3. La aparición de la conciencia moral y la plenitud de la libertad subjetiva. 1. Se ha dicho, y no sin fundamento, que la filosofía posterior a la sofística presupone su existencia. Toda la filosofía del siglo iv, efectivamente, admite un tema constante: la refutación del sofista, no como un mero pasatiempo dialéctico sino con el rigor de la argumentación más elevada . IV. ¡Sócrates y Demóstenes — Crisis de la ciudad-estado. 1. El individualismo. — 2. La tesis de Calicles y sus implicaciones históricas. — 3. Dos actitudes: Isócrates y Demóstenes. 1. La lucha tradicional de Atenas y Esparta por la hegemonía había tocado a su fin en el 404, y una nueva y profunda transformación se dejaba presentir. Glotz-Cohen nos describen la situación en los siguientes términos: “Espectáculo siempre efímero aquel de un feliz equilibrio entre el poder del Estado y los derechos del individuo.
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Pero esta consideración no detiene nuestro primer impulso, porque juzgamos que no nos está vedado penetrar un poco a saco en los terrenos de la investigación cuando no pretendemos otra cosa que la exaltación de ciertos valores, prescindiendo de un determinismo fatal que quisiera aclarar de golpe y de una manera uniforme todas las circunstancias que puedan presentarse dentro del tema propuesto. Reconocemos su complejidad y, por ello mismo, dejamos de lado toda concepción unilateral y simplista. No queremos en modo alguno prejuzgar los hechos y las teorías del mundo antiguo, pero tampoco podemos evitar las analogías que podrían ocurrírsenos con respecto al mundo moderno. Hemos escogido un momento culminante en la historia del pueblo griego, porque es precisamente en él cuando más vigorosamente se relievan primitivos valores al contrastar con otros nuevos que, paradójicamente, significan el instrumento demoledor de la civilización que los engendró y auspician una nueva, antagónica de la primera por su universalidad, pero en el fondo idéntica por el substrato cultural: tal nos parece el sentido del Helenismo. Y al hablar de crisis de valores de la ciudad-Estado, queremos referirnos concretamente a la desaparición paulatina de la suprema objetividad —la primitiva forma del Estado— y el auge creciente del individualismo. Con ello podemos darnos cuenta de la magnífica floración griega que presenciara el siglo iv a. Ch. El hombre helenico se descubre a sí mismo primeramente —como observa el profesor español Montero Díaz— a través de su fe religiosa x, que le aporta “la convicción íntima en la pervivencia del yo, la inmortalidad del alma, la responsabilidad de las acciones” 2. Si comprendemos la significación de la polis como fin último para los friegos de la época clásica, nos será fácilmente accesible el sentido e estas palabras. Es lo que el mismo Montero Díaz denomina el ideal transpersonalista del Estado, y Hegcl Espíritu objetivo; en otros términos, la omnipotencia del Estado frente al individuo que no tiene conciencia de si mismo. En palabras textuales de Hegel, “el sujeto no tiene aún la libre idealidad del pensamiento, la infinita subjetividad; ésta implica la determinación de la conciencia moral, que todavía no tiene puesto aquí. No existe aquí todavía lo que justifica por sí al hombre; no ha tenido lugar la ruptura por la cual la individualidad autónoma, independiente, trata de determinar por medio del pensamiento lo ético y lo justo, y no reconoce lo que no se justifica ante su propio examen. La voluntad particular todavía no es libre, precisamente por esto; la particularidad de la opinión no puede todavía prevalecer y las pasiones no se inmiscuyen en la marcha del Estado’’ s. Sin embargo, todos estos elementos negativos que, durante tres siglos, han contribuido a la grandeza de la polis, desaparecerán sin dejar rastro al advenimiento de una nueva conciencia política que se anuncia con la primera liberación —la religiosa— y cuya formación se debe exclusivamente al movimiento sofístico del siglo v y a la libertad moral preconizada por Sócrates. No es otra cosa el proceso de lo que se ha llamado “crisis de la ciudad-Estado”, aunque el rastreo de este proceso a través de la historia de Grecia no sea tan sencillo como su definición. Tropezamos primeramente con el problema insoluble de localizar exactamente los gérmenes de la decadencia, y seguir, paso a paso, la génesis de los nuevos valores, aunque las más de las veces éstos se identifican con aquéllos. Porque lo que para una sociedad más amplia pudo servir de base, para la restringida ciudad-Estado significó la ruina. Queremos decir con esto que el individualismo político, la nueva conciencia, no se amoldaba a la configuración de la polis. Pero cuando uno de estos valores no contribuye a precipitar la decadencia, surge con mayor fuerza la dificultad que anotábamos. Porque ambos fenómenos (creación de valores, ruina de los antiguos) no se suceden en el tiempo, sino que existen paralelos uno al otro e insensiblemente van acercándose al vértice fatal de su trayectoria: el derrumbamiento de una civilización *. Es entonces cuando la crítica puede desentrañar la trascendencia de todos los hechos que precedieron a la crisis, dando a cada uno un valor aproximativo. De la exactitud que se logre en esta valoración depende el rigor científico de la investigación. II. La Sofítica. 1. El racionalismo.-— 2. La religión.— 3. Ley de la naturaleza y ley del Estado. — 4. “La fuerza es la ley suprema” (Tesis de Calicles).— 5. Cosmopolitismo y plebeyismo. — 6. Conclusión. 1. Desde un punto de vista rigurosamente histórico resultaría muy aventurado enjuiciar negativamente la labor política de los sofistas. Si bien es cierto que muy pocas cosas valederas encontramos en su doctrina, ellos representan el punto de partida para una revaloración del hombre 26. Si éste no es precisamente Ja medida de todas las cosas, la crítica que envuelve tal aseveración —a manera de un reto lanzado a los dioses— nos revela claramente la actitud de estos “maestros de la sabiduría” frente a las cosas y a sí mismos. 2. “En la época clásica —dice Festugiére—, el hecho religioso aparece primero como un hecho social y propiamente como un hecho cívico. Religión y ciudad se hallan inseparablemente ligadas. Ambas están en el fundamento mismo de la ciudad. Genos, fratría, tribu, se definen esencialmente por cultos comunes: antepasados comunes, héroes epónimos, Zeus y Apolo Patróos” 34. Si consideramos el profundo descrédito en que la religión y los dioses habían caído en el siglo iv, y nos remontamos al siglo anterior (podríamos aún ir más lejos) para buscar las causas de este fenómeno, fácil nos será comprender el papel que desempeñara el sofista en el desconocimiento de los valores suprasensibles por esta sociedad decadente. 3. Si concebimos un Estado de Derecho íntegramente basado en principios convencionales (a los cuales dieran forma Clístenes y Solón en la ley objetiva), sin la posibilidad de que admita la flexibilidad tan necesaria a las exigencias de nuevas condiciones sociales, tendremos el bosquejo aproximado de lo que constituía los cimientos inmutables de la polis. Isócrates advierte que la constitución es el alma de un Estado, y que los atenienses fueron incapaces de conservar su hegemonía sobre Grecia debido a la carencia de una constitución apta. “Pues el alma de la ciudad no es otra que la constitución (politeia), que tiene el mismo poder que el pensamiento en el cuerpo: él es el que delibera sobre todo, el que procura los éxitos y ayuda a evitar las desgracias; es ella la que debe servir de modelo a las leyes, a los oradores y a los simples particulares, y necesariamente se logran diversos resultados según la constitución que se posea” (Areop., 14). III. Sócrates: hacia la búsqueda de la conciencia moral . 1. Sócrates como culminación de la sofística. — 2. La continuidad de los primitivos valores en Sócrates. — 3. La aparición de la conciencia moral y la plenitud de la libertad subjetiva. 1. Se ha dicho, y no sin fundamento, que la filosofía posterior a la sofística presupone su existencia. Toda la filosofía del siglo iv, efectivamente, admite un tema constante: la refutación del sofista, no como un mero pasatiempo dialéctico sino con el rigor de la argumentación más elevada . IV. ¡Sócrates y Demóstenes — Crisis de la ciudad-estado. 1. El individualismo. — 2. La tesis de Calicles y sus implicaciones históricas. — 3. Dos actitudes: Isócrates y Demóstenes. 1. La lucha tradicional de Atenas y Esparta por la hegemonía había tocado a su fin en el 404, y una nueva y profunda transformación se dejaba presentir. Glotz-Cohen nos describen la situación en los siguientes términos: “Espectáculo siempre efímero aquel de un feliz equilibrio entre el poder del Estado y los derechos del individuo.application/pdfspaFacultad de Filosofía y LetrasUniversidad Nacional de Colombia Sede Bogotá Facultad de Ciencias Humanas Departamento de FilosofíaDepartamento de FilosofíaColmenares, Germán P. (1957) Consideraciones sobre la crisis del estado – ciudad: libertad política y libertad individual en el Siglo IV a. Ch. Stvdivm, I (2-3). pp. 223-247.01 Bibliografía / Bibliographies1 Filosofía y psicología / Philosophy and psychology3 Ciencias sociales / Social sciences32 Ciencia política / Political scienceCrisis del estadoLibertad políticaLibertad individualCiudad-EstadoExtensión territorialConsideraciones sobre la crisis del estado – ciudad: libertad política y libertad individual en el Siglo IV a. Ch.Artículo de revistainfo:eu-repo/semantics/articleinfo:eu-repo/semantics/publishedVersionhttp://purl.org/coar/resource_type/c_6501http://purl.org/coar/resource_type/c_2df8fbb1http://purl.org/coar/version/c_970fb48d4fbd8a85Texthttp://purl.org/redcol/resource_type/ARTORIGINALConsideracionessobrelacrisis.1957.pdfapplication/pdf560300https://repositorio.unal.edu.co/bitstream/unal/63198/1/Consideracionessobrelacrisis.1957.pdfa57b64e1edc1125fdec5117a3ff7f1b3MD51THUMBNAILConsideracionessobrelacrisis.1957.pdf.jpgConsideracionessobrelacrisis.1957.pdf.jpgGenerated Thumbnailimage/jpeg5848https://repositorio.unal.edu.co/bitstream/unal/63198/2/Consideracionessobrelacrisis.1957.pdf.jpga991171f88b8c468e45d7fea2aaaace8MD52unal/63198oai:repositorio.unal.edu.co:unal/631982024-04-27 23:11:16.398Repositorio Institucional Universidad Nacional de Colombiarepositorio_nal@unal.edu.co