Expresión, Mayo 2008
Pasan los días de manera inexorable y, con cada fecha que se deja atrás, en el calendario pareciera quedar sepultada la memoria. Es de sobra conocido por muchos el aforismo ese que aborda la condición amnésica de Colombia. Este país renuncia al pasado como política de la memoria. Por ello se impone...
- Autores:
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García Ardila, Deiby
Molano Gaona, Franklin
Grajales, Rodrigo
Marín Corrales, Lisseth
Velásquez Orozco, Juan Pablo
- Tipo de recurso:
- Trabajo de grado de pregrado
- Fecha de publicación:
- 2011
- Institución:
- Universidad Católica de Pereira
- Repositorio:
- Repositorio Institucional - RIBUC
- Idioma:
- spa
- OAI Identifier:
- oai:repositorio.ucp.edu.co:10785/265
- Acceso en línea:
- http://hdl.handle.net/10785/265
- Palabra clave:
- Rights
- openAccess
- License
- http://purl.org/coar/access_right/c_abf2
Summary: | Pasan los días de manera inexorable y, con cada fecha que se deja atrás, en el calendario pareciera quedar sepultada la memoria. Es de sobra conocido por muchos el aforismo ese que aborda la condición amnésica de Colombia. Este país renuncia al pasado como política de la memoria. Por ello se impone la historia como recetario de quienes detentan el poder, a través de sus oficiosos amanuenses, los cuales siempre han sobrado cuando el dinero muestra su espléndido brillo. Aquí los hechos ocurren unos tras otros, en una eterna retahíla apenas entendible para algunos cuantos, pues la gran mayoría escoge el camino fácil de aportar su desdén. Pero a esa capacidad de olvidar, innata en los hijos de Policarpa, además heroína desdibujada en la memoria colectiva, se suma el repetido interés de los gobernantes por ocultar la realidad. Ejemplos hay muchos, quizá uno de los más protuberantes fue en 1928, pocas semanas después de la conocida como “Masacre de las bananeras”. El Congreso de ese entonces, en vez de abordar el tema con la profundidad que merecía y objetar también la intervención desmedida de las multinacionales, se quiso extraviar en una absurda discusión sobre la infiltración del comunismo soviético en estas tierras. Hoy, cuando surgen múltiples situaciones riesgosas para el surgimiento de un proyecto de nación, los detentadores del régimen sacan a relucir toda su artillería, en particular la asombrosa capacidad para manipular la información. Y, paralelo a ello, sucede otro hecho más preocupante aún, la increíble actitud servil que las grandes empresas de comunicación demuestran cada día. Ante hechos cuya gravedad los imparciales jueces de la historia y la memoria sabrán calificar en su justa medida en algunas décadas, los beneficiados por el poder han tomado una actitud cómoda, complaciente si se quiere. Se impone así una hegemonía de la memoria, aquella surgida del discurso oficial que pregona a los cuatro vientos las buenas nuevas para ocultar -con la persuasión o la fuerzalas fallas estructurales que más adelante alguien tendrá que pagar y, peor, cuyas consecuencias todos deberán padecer. El periodismo independiente está herido de muerte en Colombia, lo dicen muchos en voz baja. Otros, unos cuantos, se atreven a lanzar críticas abiertas. Para estos últimos, al mejor estilo de las dictaduras, no queda más que el sendero del destierro o la negación de espacios para divulgar su Los medios no representan a la ciudadanía. Esa afirmación grosera y generalizante, atrevida si se quiere, se evidencia mucho más en la medida que crece el capital invertido en esas empresas mediáticas. Entre más grandes, más entregados. Ya mucho se ha hablado y escrito, por ejemplo, sobre la aberrante claudicación de la empresa televisiva y radial de las tres letras. Pero esa es solo la punta del enorme témpano de hielo, pues allá abajo, ocultos para las miradas inquisidoras de los consumidores críticos, otros se camuflan mientras pregonan su independencia, amparados en que sus propietarios extranjeros les garantizan absoluta independencia. Nada más falso. Claro que los medios de comunicación son empresas, como tales perseguidoras de un rendimiento económico que estimule a sus propietarios, pero no se puede olvidar nunca la responsabilidad social que marca y mueve al ejercicio del periodismo. Un periodista no pertenece a su empresa; su verdadera lealtad es con el público. Sin esa premisa bien asimilada, los periodistas no serán más que mercenarios de la información. Y todos saben cómo terminan los mercenarios. |
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