Hay silencio en las articulaciones.

Hasta los 10 años hablé poco, por poco me refiero a realmente poco. Mis palabras no se articulaban. Por el contrario. Todo estaba disperso, desdoblado y necesariamente sin forma. Durante esos años de silencio entendí la quietud. No fue reflexivo, simplemente ocurrió: las manos se ciñen una sobre la...

Full description

Autores:
Ortiz Giraldo, Mateo
Tipo de recurso:
Article of journal
Fecha de publicación:
2020
Institución:
Universidad de Caldas
Repositorio:
Repositorio Institucional U. Caldas
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repositorio.ucaldas.edu.co:ucaldas/12968
Acceso en línea:
https://doi.org/10.17151/eleu.2019.22.1.13.
Palabra clave:
Rights
openAccess
License
Derechos de autor 2020 Mateo Ortiz Giraldo
Description
Summary:Hasta los 10 años hablé poco, por poco me refiero a realmente poco. Mis palabras no se articulaban. Por el contrario. Todo estaba disperso, desdoblado y necesariamente sin forma. Durante esos años de silencio entendí la quietud. No fue reflexivo, simplemente ocurrió: las manos se ciñen una sobre la otra, las rodillas se pliegan y la cabeza queda estática. El juego de la estatua: congelado, gritan. Sí, estuve congelado. Estaba “inmóvil y de pie en una pendiente recóndita y apartada en el monte, igual que si fuera uno de los árboles bajo la lluvia”, como narra Han Kang en su libro “La Vegetariana” (Ratta, 2017), acerca del proceso de transformación vegetal de Yeong-hy, una ama de casa coreana. Esa novela emprende una indagación sobre el cuerpo callado, silencioso y que muta hacia el completo silencio. Esta ama de casa emprende un proceso contrario al mío: pasa de la movilidad y la acción, hacia la inacción y el mutismo. Ruido blanco que tranquilamente le pone peso a la gravedad de la soledad. Para entender, alguien callado es alguien solitario. Las dimensiones de su anatomía no se ramifican sobre otras, sino que devienen en roca. No hay interacción social. Así como Yeonghye cuando empieza abandonar los hábitos que le construían: comer carne, tener sexo, hablar con su familia e interactuar, en general. Gracias a la “La vegetariana” el cuerpo cobra una importancia mayúscula. Se trata de una extensión marchita y anulada, pero también limpia. Su protagonista busca, aunque no oímos su voz más que en sueños, sacarse de dentro la muerte que ha consumido. Es una decisión intempestiva. Como la mía de hablar y tratar de interactuar.