Palabrerías III

  Qué haces ahí encerrado en el baño en la envoltura del agua tanto tiempo o salte de debajo de la cama o de la mesa, no seas tan infantil en el lugar donde supuestamente, puras supersticiones, está ubicado el corazón apagándote cigarrillos, triste remedio de Cristo alanceado por el longinos de la a...

Full description

Autores:
Tipo de recurso:
article
Fecha de publicación:
2004
Institución:
Pontificia Universidad Javeriana
Repositorio:
Repositorio Universidad Javeriana
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repository.javeriana.edu.co:10554/29525
Acceso en línea:
http://revistas.javeriana.edu.co/index.php/univhumanistica/article/view/10219
http://hdl.handle.net/10554/29525
Palabra clave:
null
Rights
openAccess
License
Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional
Description
Summary:  Qué haces ahí encerrado en el baño en la envoltura del agua tanto tiempo o salte de debajo de la cama o de la mesa, no seas tan infantil en el lugar donde supuestamente, puras supersticiones, está ubicado el corazón apagándote cigarrillos, triste remedio de Cristo alanceado por el longinos de la autocompasión, "verdaderamente era el hijo de dios" pronunciado en la raíz de la herida indolora de un cadáver hecho un ovillo en la soledad que a las puertas del desmayo es la agonía de una embriaguez pasada de la raya: esa voz te tortura igual al asesino enmascarado, siguiéndote los pasos en una pesadilla por los alrededores de tu casa cuya entrada no encuentras, va detrás tuyo siempre quemán­dote el cuello con su aliento, pisándote los talones, doblando a grandes zancadas de ogro hambriento las esquinas más arduas que imaginarse pueda el ingenio humano puesto a prueba en los límites del terror, como una sombra, como tu propia sombra que no osas voltear a mirar con los ojos aguados por el miedo de hallarte frente a frente con el rostro del hombre que en las mañanas, después del despertar, viene a asomarse a la ventanita de tu reclusión y se reconoce en ti yéndose luego con tu cuerpo puesto, dejándote inasible entre el espejo, entre la oscura mazmorra sin párpados, diseñada tan sólo para ser vista desde afuera y nunca para ver, pues si lo haces dejarás de ser Tú —el perseguido— y serás El —el perseguidor—, linterna en mano dios en el edén perdido por culpa del pecado a hurtadillas, buscando cuando las sombras de la noche lo protegen de fisgones indiscretos a su imagen y semejanza, llamándola con las mismas palabras de la primera vez, "no te ocultes Adán, no te avergüences, deseo verte desnudo", ofreciéndole el cielo como a un niño se le promete una manzana o un caramelo si sale del secreto escondrijo en donde se ha metido y esquiva la ira terrible de su progenitor que lo amenaza con expulsarlo de la infancia si persiste en soñar Evas centrífugas que le hacen el amor cuando se cansa de ser único hijo, carne amarrada en la cruz de unos huesos más solteros que el diablo, ángel caído y esfumada su belleza pues ya no la contempla nadie en su agujero.