El Libreto de Radio. Una artesania recuperable

Una doble suerte mueve a la palabra, la de la fijeza y la del instante. Cuando es fijeza, tiende a la escritura, se vuelve testimonio, procura estatificar un tiempo, volverlo hito, mojón, (la historia). Por el contrario, cuando avanza hacia el instante, la palabra se torna oralidad pura, asume los m...

Full description

Autores:
Vásquez Rodriguez, Fernando
Tipo de recurso:
Article of journal
Fecha de publicación:
1986
Institución:
Pontificia Universidad Javeriana
Repositorio:
Repositorio Universidad Javeriana
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repository.javeriana.edu.co:10554/27774
Acceso en línea:
http://revistas.javeriana.edu.co/index.php/signoypensamiento/article/view/3785
http://hdl.handle.net/10554/27774
Palabra clave:
null
Libreto; Literatura; Palabra; Labor pedagógica; Dialéctica; Tono; Acento; Cuento; Presencia y ausencia; Empirismo comunicativo; Los medios; El receptor; Ética y otredad;
null
Rights
openAccess
License
Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional
Description
Summary:Una doble suerte mueve a la palabra, la de la fijeza y la del instante. Cuando es fijeza, tiende a la escritura, se vuelve testimonio, procura estatificar un tiempo, volverlo hito, mojón, (la historia). Por el contrario, cuando avanza hacia el instante, la palabra se torna oralidad pura, asume los matices de la charla, la mera voz o el canto (la vida). Entre el primer sino de la palabra, eminentemente escritural, y el segundo, esencialmente vocal, queda un espacio para la elaboración de libretos para radio. El libreto para radio: reunión de la voz con la escritura/ resurrección del siglo. El libreto para la radio reúne tanto la voz como la escritura. Aglutina en locutor con el escritor, el instante fugaz de la oralidad con la aspiración de permanencia de la runa, del jeroglífico, de la cuña o el “estilo”. Quizá por eso mismo, la radio es uno de los medios más vivos, más repleto de ánimo, con el mismo matiz que poseen el diálogo, la discusión o el debate. La radio participa de ese “tipo” de calor humano inherente a la oralidad: un calor que uno, aunque sea imaginariamente, puede sentir como gestual, como repleto de manoteos, de insistencias y de una muy especial acentuación; sobre todo fe eso, de acento, aquello que la escritura trata de colocar a cada uno de sus hijos, pero que irremediablemente se pierde en el gran horizonte del sentido. Sólo cuando la escritura se lee, en voz alta, cuando se la locuta, sólo entonces, el acento de una grafía adquiere ánimo o soplo de vida. Resucita de su muerte de signo. Si se me presta la expresión, la radio vivifica lo que toda escritura mata: la sensación.