Álvaro Pablo Ortiz: un maestro (un amigo) único e irrepetible

En La granja de los animales, la famosísima y aterradora distopía y fábula de George Orwell, hay una frase que revela la trampa y la falacia del discurso democrático cuando en él se agazapan los déspotas para erigir sus brutales tiranías: “Todos los animales son iguales, pero hay unos que son más ig...

Full description

Autores:
Tipo de recurso:
Fecha de publicación:
2023
Institución:
Universidad del Rosario
Repositorio:
Repositorio EdocUR - U. Rosario
Idioma:
spa
OAI Identifier:
oai:repository.urosario.edu.co:10336/40903
Acceso en línea:
https://doi.org/10.48713/10336_40903
https://repository.urosario.edu.co/handle/10336/40903
Palabra clave:
Álvaro Pablo Ortiz
Historia del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario
Rights
License
Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International
Description
Summary:En La granja de los animales, la famosísima y aterradora distopía y fábula de George Orwell, hay una frase que revela la trampa y la falacia del discurso democrático cuando en él se agazapan los déspotas para erigir sus brutales tiranías: “Todos los animales son iguales, pero hay unos que son más iguales que otros…”. En el caso de la humanidad uno podría darle varias vueltas de tuerca a esa idea y decir lo contrario, que los seres humanos somos siempre distintos siempre: de eso se trata todo pero hay unos que son más distintos que otros. Los ‘raros’, los llamó en un libro muy bello el poeta nicaragüense Ruben Darío: personajes irrepetibles y únicos que parecen sacados de una novela, incluso si se piensa en su indumentaria y su apariencia, su estampa, sus maneras; almas marginales y heroicas, románticas, que viven según un código de honor que nadie más tiene ni puede imitar, por eso las vemos atravesar el mundo con asombro y maravilla mientras lo van dotando de un significado excepcional, una hondura, una belleza y una dignidad que al final, se diría, son casi la justificación de que nuestra especie exista. Así era Álvaro Pablo Ortiz, quien murió hace un par de semanas en Bogotá, la ciudad en la que también nació y a la que una vez, en un mensaje de voz que me puso hace un año y que atesoro como todos los recuerdos que viví a su lado, llamó “un rugido y un pugilato”, luego de una de esas descripciones magistrales suyas que eran un prodigio de humor y de elocuencia, de ternura y de resignación.